febrero 02, 2008

Crónica de una crónica

“Una crónica para mañana”, fue la orden de ayer, “una crónica de cualquier cosa del día de hoy”. Pero en ese “día de hoy”, es decir ayer, no había ocurrido nada digno de contarse, o al menos nada en lo que yo pudiera tener información de primera mano para hacer una buena crónica.

Al salir, un compañero me llevó en su auto hasta la casa de mi novia, en la Condesa, pues viven tan sólo a una cuadra de distancia. Ya en su apartamento le comenté a ella lo complicado que sería escribir sobre nada, porque eso es lo que tengo para hacer una crónica, nada. “Date una vuelta mañana por el Museo Nómada y escribes de eso.” Le dije que la historia debía ser de ese día, “pero hoy no hice nada en el trabajo, mi día fue aburridísimo”.

En seguida le conté sobre mi clase de letras contemporáneas con la poeta Dolores Castro. Tiene ya 85 años, su cabello es tan canoso que se vuelve casi imposible imaginarlo de otro color, sus manos tiemblan al tratar de hacer cualquier movimiento con precisión, en la piel tiene la historia agazapada entre sus múltiples arrugas, su voz de abuela consentidora es tierna y suave.

A pesar de esta descripción quizá ella sea más joven que algunos de sus alumnos. Es alegre, mas de lo que se puede ver a lo lejos. Nos hablaba del surrealismo, del dadaísmo, de André Bretón, de la literatura como espejo de la realidad. Su lucidez mental es tanta que la mayor expresión de juventud fue cuando imaginaba: nos comentó que escribir es poder proyectar la sensación de ir en bicicleta a toda velocidad y sentir el aire contra la cara, y mientras decía esto extendió sus brazos, acababa de soltar el manubrio, echó la cabeza hacia atrás, iba toda velocidad, sonreía, el aire mecía sus cabellos.

El resto de la clase la escuchamos con respeto y en ocasiones aburrimiento. Nos leyó una revista francesa, recorrimos la historia de la literatura casi desde sus inicios.
Viaany, mi novia, se levantó del sillón para poner a calentar chocolate. “Total, invéntate una historia.” Para mí es fácil inventar historias, le explicaba, proyectar lo que ha ocurrido en la vida real es en ocasiones más difícil.

Mientras esperaba que el chocolate estuviera listo me preguntó sobre mi otra clase. “Se llama ‘crónica en prensa’ –comencé–, nos la da Diego Osorno, escribe en Milenio. Está reloco: estuvo a punto de servir como escudo humano cuando empezaba la guerra entre Estados Unidos e Irak.” “Y ¿cómo lo ves?” preguntó. Le dije que para el primer día dejó buena impresión, por lo menos no se esconde detrás del escritorio y permite la participación. Trabaja en el medio, eso es garantía de que sabe de lo que nos habla.

También le conté cuando Osorno me llamó la atención por decirle a un compañero que trabajaba trayendo los cafés en la casa productora de Nancy. Diego me preguntó entonces si yo creía que traer cafés era denigrante. Obvio contesté que no, y si mi compañero se ofendía con eso era él quien creía que era denigrante. El profesor me iba a responder aparentemente con una pregunta, pero al parecer se dio cuenta que no tenía sentido y siguió con la clase. Me sentí abochornado el resto de la noche.

Viaany se burló de mí. Cuando terminó, si es que realmente terminó, le comenté que él era quien había pedido una crónica para mañana (o sea hoy) de cualquier cosa de hoy (o sea ayer). Sirvió el chocolate y lo bebimos mientras ella me contaba cómo le había ido en su trabajo. Es contadora, por si alguien se lo preguntaba.

Ya a las 11:30 de la noche nos despedimos. Me fui caminando hasta la estación del metro Chilpancingo, justo para tomar el último convoy que daba servicio. Con más sueño que ganas fui pensando sobre qué chingaos iba a hacer mi crónica. Ni una sola idea buena me vino a la mente. A mi cuarto llegué como a la una de la madrugada de este día. Me serví un trago de ron Santiago de Cuba y me puse a leer veinte minutos Pedro Páramo, hasta que el libro se me escurrió de las manos dormidas.

Hoy, como siempre, llegué al trabajo a las diez en punto. Y hubiera sido un día más de aburrimiento si no fuera por la encomienda de escribir una crónica. Rasgué los recuerdos de ayer buscando una brecha, un indicio, una punta de cuerda desde donde poder sujetarme y jalar y jalar hasta obtener las dos cuartillas necesarias. Pero jamás llegó, así posiblemente escriba la crónica de por qué un hombre se aburre en su trabajo.

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