El acordeón comenzó a sonar apenas las puertas del Metro
cerraron. Era una canción triste, dramática, de esas que me remiten a un pueblo
casi perdido, donde un anciano sentado a la sobra del quiosco mira con sus ojos
que rompen tiempo hacia la montaña.
Una canción popular, sin duda, tan dramática que no podía
ser ejecutada sino por una persona de manos callosas, piel tostada y quebrada
como tierra seca, alguien que conociera la soledad del tiempo y ya no tuviera
fe ni esperanza. Todo eso lo pensé solamente, porque yo me encontraba hasta el
otro extremo del vagón, sentado de espaldas al músico, de modo que no lo podía
ver (ni quise).
Lento, con más pereza que ganas, o quizá con ganas pero ya
sin las fuerzas, quien tocaba el instrumento para conseguir cualquier moneda
recorrió el pasillo. Cada vez la música me llegaba de más cerca. Imaginaba cómo
el acordeón se contraía y expandía lentamente, al ritmo de la música, formando
olas en el aire. Imaginaba también unos dedos gruesos, con uñas amarillas y
quebradizas, tocando las teclas del instrumento.
De pronto, adelantándose a la música, una criaturita de
escasos seis años pasó al lado de mi asiento, jícara de plástico en mano,
pidiendo el tan ansiado y necesario dinero. La hija del señor que tocaba,
pensé, y le puse un par de monedas sin que siquiera me mirara.
Entonces, de reojo vi el instrumento flotar a mi lado a la
altura del hombro. Abajo del acordeón aparecieron unas sandalias de plástico y
unos piecitos tiernos y mugrosos. Las manos que sostenían el pesado acordeón no
eran anchas, morenas y con uñas amarillas, eran finas y a comparación del
teclado que debían tocar casi diminutas. No era un anciano quien tocaba, era
una niña de unos ocho años. La criaturita aquella obviamente no era su hija, más
bien parecía su hermana. Pero en lo que creo que no erré es en que la pequeña
música sí sabía lo que era la soledad, la tristeza. Y por su mirada sentí que
ella no veía personas, sino un cerro a lo lejos.
Llegamos a la siguiente estación y el vagón del Metro se
quedó sin la música. Ahora parecía más gris y triste.
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