noviembre 25, 2010

He perdido mi brazo derecho

He perdido mi brazo derecho. ¡Dioses! Me he tardado tanto en escribir esto. Es tan torpe mi zurda, tan idiota, que en vez de Y tecleo la T. Pareciera como si a mi cerebro llegaran las órdenes reflejadas en un espejo.

Me miro y tengo un hueco en mi cuerpo, un vacio que siento que me jala, una nada que rompe el equilibrio y dificulta el balanceo. No fue sólo la mano, fue todo el brazo. Desde el hombro, la clavícula.

Ahora no lo siento, en verdad sé qué significa eso, no sentir mi brazo. Antes creía que no lo sentía, que mientras una mosca no se parara en mi muñeca no lo sentía, pero no, no, uno lo siente, aunque no lo sepa lo siente. Hasta que volteas y ahí está el terciopelo del sofá, el vidrio de la mesa, el chorro de agua que golpea tu cadera y no en tu brazo te das cuenta del verdadero significado de no sentir. Entonces quisieras sentirlo todo de nuevo, sentirlo todo con el máximo cuidado, cerrar los ojos y pensar en cada gota que humedece tibiamente la piel, en cada fina fibra del sofá, hasta en las que se endurecieron por la leche que se regó. Quisieras sentir algo tan frío, tan muerto, tan llano y puro como el vidrio en el que te recargas al sentarte a comer.

¿Qué es lo que uno hace sin su brazo derecho? Ya no podré leer en el Metro mientras me sujeto del tubo horizontal. Ni puedo, ¡carajo!, amarrarme las agujetas yo solo (tendré que comprar zapatos de esos con resorte). ¿Cómo partiré la carne cuando esté en casa? Hasta ahora la enfermera me ayuda con esas tareas, pero ¿y luego?

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