marzo 29, 2008

Vista buena de un gran club social

El carro empezó a dejar la parte más pudiente de la ciudad atrás; poco a poco se sumergían en la cúpula sangrienta de los arrabales. Las caras frías y pudorosas de los poderosos cambiaban de a poco por rostros con la esclavitud en los ojos. Su acompañante se pintaba los labios con la ayuda de un espejo de mano. Ella llevaba un vestido negro muy, pero muy estrecho. Él llevaba su traje blanco, pero comenzaba a lamentarlo pues creía que era muy elegante. Las enormes residencias ostentosas cambiaron por enormes edificios roídos. Los negros parecían estar por todas partes, con sus penas desabotonadas y las camisas arremangadas. Él pensaba que se lo llevaría la candela, la candela se lo estaría llevando. Sentía las miradas rencorosas y pobres restregarse contra la carcasa de su automóvil de otro orbe. Comenzaba a sudar de los nervios. Ella lo miraba con el rabillo del ojo, pensaba que se volvería loco. Él recordaba la noche anterior, cuando sin saber cómo ni por qué, saltó al cuarto de ella, de Manuela que se quedó dormida y no apago la vela. La gente de pronto pareció desaparecer. Uno que otro niño corría y se escurría, él apenas y los vio pasar entre las penas. Corrían en plena noche. Él venía en coche. Corrían en pleno arrabal. Él venía de por allá. En pleno frío. Él estaba en vilo. En plena pobreza. Para él era una proeza. Corrían en plena hambre. Corrían, estos niños, corrían en plenas ganas de vivir. Ella comenzó a dar indicaciones al chofer. "Ahora dobla por aquí", "ahora donde está el tronco", "derecho", "por ahí". "¿Segura que es buena idea esta?" "Pero claro, corazón, no te vas a arrepentir". Y le tomó por la mano. Ya estaban en la cúpula sangrienta, en lo ínfimo del arrabal. Su chofer lo miraba por el retrovisor, le decía «Animal» con la mirada «esto es Santa Clara». Los grandes edificios roídos quedaron atrás, en su lugar casuchas de cartón están. Perros huesudos deambulan moribundos. Y en la calle empedrada siempre hay agua, porque aquí siempre llueve y si no se llora. "Llegamos corazón; puedes dejar el carro donde quieras, aquí no estorbará ni le robarán, porque aquí ni carros hay; las otras dos calles las caminaremos, corazón". Y se echó adelante, balanceando sus caderas al chan chan que le dicta el amor. Él bajó con más miedo que ritmo. Unas personas pasaron casi junto a él, pero ni lo voltearon a ver. Candela, Candela. "¡Pero qué, caray, que venga él, tu chofer también!" Ellos se voltearon a ver, extrañados y casi meados. "¡Anden, pues!", les gritó. Ellos se encogieron de hombros y el caminar comenzó. "Llamen a los bomberos, escuché, y no sé por qué sin verlos entré". "Pero y eso que tiene que ver, señor, por qué aquí y no otro lugar mejor". "Es qué esos ojos negros, esa piel tostada, me volvieron reo de esa mulata". "Y eso qué, señor, mire qué lata". "Lo sé, lo sé, es sólo que le dije «me llamo José, lléveme a su casa»". "¡Ese es mí patrón!, y qué dijo la mulata". "Fue muy sincera, dijo que antes de meterme en su cama, tenía que ver mi ralea". "Ya ve, señor, quiere ver qué es lo que tiene de más valor". "Pero sólo mírala, esas caderas, esas piernas y esa cara de mulata". Estaban tan metidos en su plática, que pegaron tremendo brinco cuando pasó el gato siguiendo al ratón. Con ese grito a Manuela se le abrió el corazón. De pronto a la vuelta de la esquina, otro mundo se mira. Una trompeta los recibe con la fuerza del cometa. Son como doce morenos, sentados en la plaza, cada uno al menos con un instrumento en la panza; y todo el barrio bailando sin importarles la vista buena, y todo el arrabal cantando con lealtad, como cualquier club social. Se le paró, el corazón, y cuando pensó que iba a morir, el raspar de la guitarra lo reanimó. Nadie mira feo al de blanco, en su piel viene el secreto de su rango, pues es moreno como el trompetero. Ay, candela, Manuela. Ay mí Manuela. La tristeza quedó en las paredes, o en el agua, porque aquí todos ríen y cantan. Y mueven sus caderas, y hay más sonrisas, aun en las letras tristes como las que dicen: «Si las cosas que uno quiere, se pudieran alcanzar, tú me quisieras lo mismo, que veinte años atrás». Esas palabras cantan cuando sin saberlo piensa en voz alta: "Hace tanto que me olvidé de todo esto". "Este es el momento hermano", escuchó que le dijeron. Sus ojos se hicieron un rio cuando miraron a Emiliano, su hermano. La plaza, que apenas es más que su casa, tiene tanta vida que no recuerda el porqué de su partida. Manuela lo tomó de la mano, recordó cuando era un enano, y se fueron bailando, como en el pasado. Y el chofer… él jamás volvió, pero dice el que lo vio, que no iba solo y que seguro por ahí se quedó.

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