agosto 04, 2009

El efecto de la luz artificial

El efecto de la luz artificial resulta hipnótico. La continuidad de los hechos hace que todo resbale casi previsiblemente. Justo ahora, en el momento en el que Manuel está por besas a Denise, llega el exesposo, corta cartucho mirando la mano de Manuel que tiene tres dedos abajo de la cintura de ella, que usa ese vestido negro que desde siempre le ha entallado a la perfección. Ellos giran en redondo al escuchar el chasquido del arma y miran con unos ojos así de grandes.
Ya se sabe lo que pasará, piensa José, resulta casi fastidioso y absurdo comprobarlo. Pero ya ha pagado las entradas y el paquete de palomitas grandes con nachos y refresco de cola. En otras circunstancias pensaría en abandonar la sala, pero la mira, está con ella, está a su lado, la chica del 401, la que siempre le ha gustado. Y parece que ella disfruta de la función, disfruta pensar que es Denise, así de liviana, con esa elegante sencillez. Imagina que tiene su cintura, su figura torneada por el maestro supremo en una tez de marfil, y que dos hombres apuestos mueren por ella. Casi suspira del anhelo.
Alexander, el millonario, mira con desprecio a su hasta entonces amigo. Manuel hace una mueca y dice algo que se entiende no como una disculpa, no como si lo lamentara, ni si quiera como si sintiera vergüenza, más bien suena a justificación, a exhumar el recuerdo de cuando Alexander la abandonó, y luego le dijo a Manuel que la odiaba, y luego Manuel fue a ese bar del Paseo Luz donde se encontró a Denise, y bebieron toda la noche sin siquiera rozarse las manos. Desde entonces una suerte de azares y atinos los atrapó, los fue cercando hasta esa noche, hasta esa fiesta y hasta ese balcón, pero nunca ha pasado nada, te lo juro Alexander, este iba a ser nuestro primer… Entonces ella interviene, no es algo que buscáramos, Alex, por favor, seamos civilizados, siempre lo has dicho, dice.
José tornea los ojos, pensando en lo absurdo que resultan los diálogos y que si él fuera millonario les daría la bendición, es más, sería padrino en la boda y luego conseguiría a alguien mejor, seguro que las hay. ¿Qué, dijiste algo?, pregunta Brenda sin dejar de ver la pantalla. Alexander camina lento, el arma empuñada, así que quieren hablar ¿eh? Que si quieres un pay, responde José. Creo que es lo más sensato. No, gracias, aun quedan palomitas. Bien, adelante, empiecen a hablar, y Alexander baja el arma. Ellos se relajan. Brenda también se relaja y se hunde de nuevo en el asiento rojo. Entonces José se le queda viendo, estuvo tan tensa que hasta a él le dolieron los hombros. Debe ser de las que todas las noches miran las telenovelas y se enojan por los sinsentidos que comenten a cada instante los personajes. Seguramente piensa que se va a casar con un millonario o que ganará la lotería en cualquier instante. Como por inercia, inconsciente y resbaladizamente, mira de nuevo la pantalla del cine Real: de manera inexplicable Alexander ya está recargado en una esquina del amplio barandal de piedra, con la negrura de la ciudad a sus espaladas. Frente a él están ellos, sus bebidas en el barandal, una enorme maceta atrás y el luminoso ventanal, que da al interior de la fiesta, a un costado. Se hace un silencio prominente, augurio de que todo está por caer como fruta madura. José casi bosteza, esperando los balazos. Desde el fondo llega Lover man, tambaleándose entre altos y bajos. Desde ahora José presta una atención de brujo, como si hubiera sido picado por una mosca. Con el jazz de fondo, la película le parece más en blanco y negro que antes. Está al filo del asiento, expectante. A Brenda se le ha dibujado la sonrisa de quien espera recibir un regalo.
Suave, sin esfuerzo, con la seguridad de quien conoce a su mujer desde toda la vida, José le toma la mano a Brenda, quien no se perturba, sino que, acto reflejo, afloja los dedos para que los de él embonen en los suyos. Un movimiento maestro, delicado y preciso, perfeccionado por siglos, que culmina con el mismo sentimiento de quien coloca la última pieza del rompecabezas.
Para José es la confirmación de que va por buen camino. Aun así su corazón cabalga con fuerza. Las manos de Brenda son muy suaves y frescas. Dan ganas de besarlas.
Alexander desliza delicadamente su mano por debajo de la solapa, saca un cilindro negro de la bolsa interna mientras Denise y Manuel se enredan en una explicación confusa. José frunce el seño, algo anda mal en las tomas, los encuadres son muy rígidos, torpes, como si las cámaras estuvieran sin saber que precisamente ahí se desarrollaría la escena. El cilindro negreo resulta un silenciador que ahora Alexander atornilla al arma. Ellos lo miran con susto, pálidos. Ahora la escena se desarrolla desde una visión poco convencional, pero que favorece al sentimiento de angustia: en primer plano están las espaldas oscuras de Denise y Manuel, obstruyendo casi toda la pantalla y dejando una rendija en forma de “v” al centro, por donde se ven, al fondo, las acciones de Alexander.
Espera Alex, qué haces, tú no eres así, dice Denise. Pero parece que él no ha escuchado, alza el arma, apunta aparentemente al pecho de su viejo amigo. No se ve el rostro de Manuel, quien no dice nada. Luego, con un movimiento lento pero firme, desliza un poco el arma y apunta directamente hacia la cámara, es decir hacia la “v” que forman las espaldas. Se escucha el chiflido del disparo, un impacto seco y todo se va a negros. Se oyen tres disparos más. Luego una voz desconocida dice: “Éste desgraciado”.
Brenda parece consternada, no entiende lo que ocurre, se acalora, suelta la mano de José, quien ya ni parpadea porque quiere entender qué pasa, qué juego broma les ha jugado el cineasta. Una última escena en blanco y negro. Otra vez la cámara fija, ningún travel, no dolly ni crane, si a caso un tilt o un paneo pero de movimientos torpes, robotizados. Se ve la maceta rota por una orilla, la tierra desparramada, una videocámara quebrada. Se ven los rostros pálidos de Denise y Manuel. Es casi una fotografía fija. Entonces todo se aclara cuando la toma se va como separando de sí misma hasta que se aleja por completo y ahora, en la enorme pantalla del cine Real, se observa un panel de pequeños televisores, es un panel de vigilancia. Cuatro de los monitores están oscuros, sin imagen. Se entiende que son los que ha destruido Alexander.
¡Dónde están! ¡Quiero verlos!, dice la misma voz extraña de hace rato. Aparece a cuadro un tipo malencarado, de seño fruncido, con barba y fumando un puro. Se nota el rojo de su bello facial, los café del habano y el dorado de su reloj. Claro, reflexiona José, la parte en blanco y negro eran las cámaras de vigilancia. El empleado tranquiliza al jefe diciéndole que los verán cuando entren de nuevo a la fiesta. Mientras tanto, Brenda está decepcionada, una linda historia de amor se ha convertido en una película de espías. Su mente se distrae, pierde la continuidad de la trama mirando a José.
No es guapo, siempre trae la misma ropa y su mirada a veces es incómoda, muy analítica, como buscando el error, la incongruencia en todo lo que lo rodea, incluida una, piensa. Seguramente es de los que ven documentales y películas desconocidas. Qué flojera, no volveré a salir con él. Los tres: Denise, Manuel y Alexander escapan de la fiesta, roban un Mercedes-Benz y corren por una autopista que va cuesta arriba. Ni me pela, se dice indignadísima Brenda, prefiere las persecuciones estúpidas, como todos. José sostiene su barbilla con una mano. Ahora dos carros persiguen a los que huyen, disparando sin atinar. Pero ya verá como sí me hace caso. Llegan a un poblado de calles estrechas y empedradas, con fuentes y jardines, muy europeo; Alexander maniobra y logra escabullirse de sus perseguidores. Brenda cruza la pierna de forma muy llamativa, dejando que la abertura de su falda permita ver su muslo. José, sin dejar de ver la película se echa para atrás y se hunde de nuevo en el asiento. En una casa humilde ya los esperaban. Bajan deprisa y alguien más se lleva el auto. Entran por una puerta falsa. Desde esa posición mira mejor, realmente tiene piernas bonitas. Ella se da cuenta que está mirando y sabe que no será difícil continuar.
Qué piernas tiene, carajo, pero qué puta se ve así. Parece un niño mocoso, quiere pero no sabe cómo. Sendos pensamientos. Alexander les explica lo que puede: la amenaza a su persona, el artefacto tan preciado que tiene Manuel sin saberlo, el riesgo que corría Denise si permanecía con él. ¿Eso es amor?, pregunta tiernamente Brenda, acercándose al rostro de José para no hablar muy fuerte. No lo sé, en todo caso no le tuvo la confianza desde el inicio, y no creo que exista el amor sin confianza. Ella, sin responder, se recargó en el hombro de él. Qué preguntas tan cursis hace esta mujer. Ash, porqué no pudo decir simplemente que sí, aunque sepamos que no es cierto.
Lo tomó por el cuello y sin más le dio un beso largo y erótico. Los labios gruesos de Denise se veían tan suaves al unirlos con los de Alexander, que José se humedeció los suyos. Siempre supe que me amabas, lo sabía por la forma en la me mirabas. Apenas escuchó estas palabras Brenda volteó a ver a José, quien ya la miraba. Ahora no tenemos tiempo, pronto vendrán, debemos irnos por ese túnel.
Pensándolo bien es feo, ni se rasuró. Qué naca es Brenda. Y puso su mano en la rodilla de ella. Ambos miraron alrededor, la sala del cine estaba casi vacía, solo un par de personas más que se sentaron varias filas abajo de ellos. En realidad ninguno quería ver esa película, porque sabían que era mala, pero precisamente por eso decidieron entrar a la función. Cuando vieron la cartelera buscaron la opción menos popular. Brenda fue la primera en sugerir Amor oculto, y José aceptó pensando que Brenda en verdad tenía mal gusto. Pero aceptó tan natural y emocionado, que Brenda creyó que José era un estúpido. Ahora ambos se besan y él acaricia el muslo descubierto y suave, mientras ella siente con su mano el pectoral de José.
Cuando encendieron la luz de la sala aun se veía a Manuel despidiendo a Alexander y Denise mientras se alejaban en una limusina con latas amarradas a la defensa trasera.
Te amo. Y yo a ti. Desde la primera fiesta en la que coincidimos me pareciste sexy. Y tú siempre has sido tan inteligente…

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